En el ámbito político se habla de ilegitimidad de ejercicio cuando el poder ya no busca el bien común, sino el bien propio de quienes lo detentan. Queda entonces al arbitrio y la prudencia de los súbditos decidir el cuando y el cómo de la deposición del o de los mandamases de turno.
Bergoglio, con su carta laudatoria a la Cerda Madre Bonafini -estómago no le falta- ha demostrado, por enésima vez que es un demagogo capaz de cometer cualquier fechoría, con tal de seguir aferrado al poder, aunque escandalice y agravie a los católicos y a los argentinos de bien.
No corresponde, por cierto, aplicar la ilegitimidad de ejercicio en las cuestiones referentes a la máxima autoridad de la Iglesia, pese a que más de uno tenga dudas que incluyen a la misma legitimidad de origen del lamentable personaje, que razones no faltarían.
En lo que a mí toca, digo que Jorge Mario Bergoglio carece de lo que se puede llamar legitimidad moral de ejercicio, socavando la credibilidad que por su cargo debe tener. Y más que una “Iglesia en salida” hoy nos encontramos frente a una Iglesia en desbandada. Y él es el mayor responsable.