Uno de los cabecillas del modernismo teológico fue el irlandés George Tyrrell (1861-1909), que en una carta a su amigo el pastor anglicano A.L.Lilley, le explica cuál fue su táctica para conseguir el Imprimatur para su libro Lex orandi, publicado en 1906, siendo todavía sacerdote jesuita:
“Lo que yo quiero dar a entender, pero que no podré decir explícitamente, es que podemos emplear todavía el credo tradicional, como expresión de ciertos valores pragmáticos y devocionales y de otras misteriosas realidades ultraterrenas, de las cuales aquéllos traen su origen aun cuando gran parte de su significación histórica-filosófica nos resulta inaceptable: pero no podemos ensanchar hasta el infinito los viejos odres…
Cuando los hombres estén suficientemente preparados mediante una exacta comprensión de los principios que rigen la evolución religiosa, se deberá reconocer en todas las épocas el derecho de adaptar a los resultados del propio pensamiento la expresión histórico-filosófica del Cristianismo, y asi acabará de una vez por todas este inútil conflicto entre la fe y la ciencia, que en el fondo no es otra cosa que un espantajo teológico. Pero mientras este espantajo no haya sido abatido, y durante el período de transición, se deberá proseguir con estas mezquinas tácticas para sustraerse al peligroso dilema de escandalizar al ignorante y al docto”.
(Monseñor Francisco Olgiati, Silabario de la teología, Editorial Difusión, Buenos Aires,1954, pág.78)
Esa táctica había sido puesta al descubierto por San Pío X en su Encíclica Pascendi, cuando bien describe a los modernistas:
“Ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. Añádase que han aplicado la segur no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma; esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, se empeñan en que circule el virus por todo el árbol, y en tales proporciones que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos. Por otra parte, por su gran temeridad, no hay linaje de consecuencias que les haga retroceder o, más bien, que no sostengan con obstinación y audacia. Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que desprecian toda autoridad y no soportan corrección alguna; y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo.
¿No hay cierta similitud entre Tyrrell y Bergoglio?
Nota catapúltica
Recomiendo el importante libro del Padre Dominique Bourmaud: Cien años de modernismo-Genealogía del Concilio Vaticano II, (Ediciones Fundación San Pío X, Buenos Aires,2006) en el que se ocupa de Tyrrell y de otros herejes.