La Esperanza, periódico carlista, despelleja a Milei y razones no le faltan. Pero comparto la observación final sobre lo que podría esperarse de tan extravagante personaje:
“Javier Milei, al que se puede tratar de cualquier cosa salvo de «previsible», no es un jefe de Estado católico. Su valor como tal es «0». No es tendencialmente «0»; es «0» absoluto. Sus principios políticos y morales, sus maneras y sus metas nos lo confirman más allá de toda evidencia y no hace falta explicitar más. Lo cual quiere decir que un Milei no hará un San Fernando; ni diez Mileis; ni mil. Porque el valor de un 0 es 0 y el valor de 0 multiplicado por un millardo es 0, también.
Quiere esto decir que, en el plano puramente metafísico, mientras Milei siga siendo Milei, no hay ninguna posibilidad de que sea un nuevo San Luis.
Ahora bien, las personas y, sobre todo, los políticos, no se miden sólo de acuerdo con criterios ontológicos, sino también y, principalmente, morales (es decir, de la razón práctica, es decir, a partir de las cosas que hacen y que dicen)
Lo mejor que podemos decir de Javier Milei, si pretendemos compararlo con lo que haría un jefe de Estado católico que estuviera en sus mismas circunstancias, es que está dando palos de ciego. Puesto que la razón política católica no es (mucho) más que la razón natural iluminada por la fe, en la medida en que un jefe de Estado se conduzca y pretenda conducir a sus súbditos de acuerdo a la sobredicha razón natural, algo de católico tiene, lo sepa o no, lo quiera o no. Es evidente que Pedro Sánchez, por tomar un ejemplo perfectamente escogido al azar, no entra en esta categoría. Pero Milei sí. Hay una cierta racionalidad, perversa y con fines retorcidos, sí, pero racionalidad, al fin y al cabo, en lo que hace. Como político «católico» es un ciego dándole palos al aire, pero creo que podemos concederle que, al menos, tiene la buena fe de pretender dar en el blanco que consiste en organizar la sociedad de acuerdo con un modelo razonable y, es más, naturalmente razonable.
Por eso, a diferencia de los ciegos fariseos, es posible que, de tarde en tarde, un Milei acierte y se saque de la manga un proyecto de Ley que, aunque no deja de ser un aspaviento proveniente de una ideología irracional, resulta que es todo un palo en las ruedas del Mal. Y, por lo mismo, perfectamente razonable. Uno no puede pretender barajar un mazo francés y esperar que, al sacar una carta al azar, resulte ser la sota de espadas. Pero es perfectamente concebible que uno espere sacar el cinco de tréboles y vaya y lo saque. Las probabilidades son ínfimas, pero no nulas.
Desde las coordenadas políticas de un autodenominado libertario (y, en fin, desde las coordenadas políticas de cualquiera que no sea un tradifacha furibundo que va a Misas lefebvristas), la prohibición total del aborto en la República Argentina que pretende aprobar Milei es una cosa absurda. Las probabilidades de que un libertario legisle bien eran ínfimas, pero resulta que no del todo inexistentes.
Mil naipes con picas no harán un solo guardia de Corps de carne y hueso. Y, sin embargo, existe una minúscula probabilidad de que el Rey y la Reina de Corazones sean convenientemente protegidos por su escolta de celulosa.
Mil Mileis no harán un solo Felipe II. Mil Franciscos no harán un solo San Pío X. Y, sin embargo, siempre puede albergarse la esperanza, fundada en una ínfima probabilidad, de que de tarde en tarde hagan cosas católicas”.
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Me aferro pues a las ínfimas probabilidades, que otra no me queda.